A las orillas de tu piel llegué una noche
cuando mi barca naufragaba,
unas aciagas olas envolvían
mi extenuado cuerpo
preso en la placenta
de unas nostálgicas remembranzas.
Me sujeté a la tibia arena de tu cuerpo,
y atrevido subí la cima
vital de tan majestuosas montañas
de picos erguidos
que aferran benévolas
los vigorosos vientos del sur.
Desde las alturas examino, a lo lejos,
el hogar de tu oasis carnal,
inyectando a mis dadivosos deseos
el arribar ¡Pronto!
a libar su miel,
fresca fuente de eternas delicias.
Saciados los linderos de la tierna piel
descanso en tus cándidos valles
de cálido terciopelo rosáceo
colmando la vida
de amor consumado
en la más impecable armonía.