Por qué maldices la oscuridad.
¡Enciende una vela!
Blanca cera que te tornas cirio
y que apuntas al cielo implorando
respuestas que no se avecinan.
Negra pez que ensalma el pábilo,
¡árdete de pasión hacia el pebetero
que te espera en desespero!
De mañana acostumbro a saludar la
podredumbre de una fuente marchita,
con el rostro sucio de un lodo que todo
abandono procura.
Cuando paso hago ademán de inclinarme
a beber, como antaño, pero lo que fue placer
acostumbrado se ha tornado en recuerdo de
una estatua de sal que mira entre lágrimas a su
particular Sodoma y Gomorra pasto de las llamas.
Ni siquiera los plátanos y eucaliptos que se
mantenían a su sopa boba dirigen una mirada de
compasión por lo que fluyó de sus entrañas y
alimentó su filamentosa savia.
La herrumbre que te habita pide hoy credenciales
de paso, y el pitorro que en el recuerdo aproximo
a mi sedienta boca goza de un fulgurante oropel que
aunque cercano, nunca llegará al brillo de una aceituna
anegada en salmuera sobre un plato de alabastro.
Ni siquiera un poeta, incluso bajo el rayo más luminoso
que pensar se pueda, ha brillado tanto...