Me encuentro caminando por una calle silenciosa y oscura. Voy abstraída en mis pensamientos,
y de pronto escucho algo así como un silbido agudo y prolongado. A lo lejos hay un farol
encendido, y siento que la curiosidad me atrae hacia aquella esquina, junto a la cual hay un
frondoso árbol; al acercarme el ambiente se torna helado, (muy extraño por ser verano), esto
me infunde temor; y de pronto alcanzo a vislumbrar una pequeña silueta que estaba escondida
detrás del árbol.
Al principio creo que se trata de un niño, pero al instante descarto este pensamiento, ...¡No!...
me digo a mi misma, ¿un niño solo en la calle, y a estas altas horas de la noche? ¡Imposible!
Al instante puedo ver su figura, está enteramente vestido de rojo, pero lo más impactante es
su rostro avejentado y macabro. Enseguida me doy cuenta que se trata de un duende, y me
invade una oleada de pavor. Una voz interior me dice: ¡Aléjate y no lo toques! ¡es un demonio!
¡huye!
Entonces salgo velozmente, y cruzo un parque, pero mientras huyo, vuelvo la mirada hacia
aquella espantosa criatura, y veo con sorpresa que de aquel árbol cae polvo dorado en
abundancia, y ya el duende ha desaparecido.
Tiempo después me entero por medio de los vecinos, que ese parque era llamado: \"El parque
de los duendes\", y que años antes habían sucedido en torno a esa esquina, cosas muy
lúgubres; incluso en una ocasión encontraron allí el cadáver de una joven, que extrañamente
tenía todo el cuerpo cubierto por un polvo dorado. Entonces comprendo que aquella noche
el amor de Dios me había librado de una muerte segura.
Ingrid Zetterberg
De mi poemario: \"Jardines de antaño\"
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