Un ejército rendido se apostilla
suplicante con el alma a gritos,
puesta en tierra sumisa la rodilla
y la mirada fija en tus ojitos.
¡Qué encantadores! Y ¡qué dulce señuelo
en esos luceros tan pequeñitos
donde se levantan como en pleno vuelo
esas aves que cuidan tus ojitos!
Y los vastos luceros que ya adormecen
el brillo que aún hay entre tus pestañas
parecen quedarse como escondiditos
entre los hilos donde ya se mecen
y descansan como si fuesen montañas
los párpados que cubren tus ojitos.