Tú, plantado como un Sol en mitad del infinito,
con el cosmos a cuestas,
para llenar de luz nuestras mentes timoratas
que sólo dan traspié sobre traspié
por el camino de la vida que estudiaste
como una flor de pétalos vibrantes
en el polifacético jardín de las estrellas.
Tú, a quien muchos poetas cantarán
como yo, con pobres versos
talvez ajenos a la profunda dimensión
de tus sencillas palabras.
Tú, que inundaste de lágrimas mis ojos
mostrando con sobrio dramatismo
las inefables posibilidades
de este asombroso universo que habitamos.
Tú y los que siempre acompañaron con su genio
las precisas investigaciones
que llevaste adelante sin fatiga
sobre los azarosos comienzos de la vida,
para belleza y solaz de nuestro espíritu,
merecen sin ninguna salvedad,
no un humilde y anacrónico homenaje
sino la gratitud perenne de los dioses.
Confío, con la seguridad de los ingenuos,
que allá en las hondas cavidades cósmicas
donde quizás tu fuego se detuvo,
recibas generoso el eco de mi voz
y sigas irradiando para todos
los que aún depredamos esta tierra
tus mensajes de ciencia y poesía
que tanto hicieron por nosotros
cuando fuiste amigo, maestro y compañero
en el penoso proceso de aprendizaje
que siempre nos negaron
los siniestros heraldos del oscurantismo.