La tarde es un paisaje
que pintamos juntos.
Color por color,
vamos enhebrando
lentamente
nuestras respiraciones,
en una composición
de bosquejos blancos.
Los ojos se atenazan,
en su dulce pelea
de sonrisas largas,
miradas que se van
hundiendo más allá
de la piel y las palabras,
desnudando sentimientos.
Una a una llegan
las caricias,
fresquitas,
con las manos limpias,
muy abiertas
para dar y recibir calor,
consuelo del cansancio
y del camino.
La voz se ausenta,
donde la piel no ayuna,
entre minutos
de demasiada prisa,
que se diluyen
llevándose reflejos de tu pelo,
mis botas de viajar,
y mi camisa.
Eduardo A. Bello Martínez
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