Yo fui testigo señores, de estas crueles palabras, dirigidas a un niño, a niño apodado, El Hijo Ajeno.
“Lárgate de mi casa! Lárgate y busca a tu padre! Que yo en mi casa, ya no te quiero.”
El niño salió llorando. Por las calles caminando, del pueblo no se alejó. En su corazón sentía, que su padre ahí vivía, por eso no se marchó.
Con el tiempo, se hizo hombre. Lo contrario de aquel pedazo de gente, que un día a la calle lo echo.
Sin planearlo, un Domingo, saliendo de misa, con su padre se encontró. Como testigo fui de aquellas dolorosas palabras, también lo fui en las siguientes:
“Padre, te perdono. Aunque mi madre te engaño, siempre será mi madre. Y tú, en las buenas y en las malas, siempre seguirás siendo mi padre.”