Si la luna hablara el mundo ya no tendría secretos.
Si la naturaleza le diera voz, entonces ella parlotearía como niña chismosa todo lo que en noches de debilidad le hemos dicho.
Todas esas miradas bañadas en lágrimas que han hablado por sí mismas.
Como cuando en ella nos hemos quedado esperando un milagro.
Si la luna hablara entonces habría un millar de reencuentros o un adolorido tormento de vergüenzas por lo que no nos hemos atrevido a confesar; O esos adioses que quizá ya se quedaron sin bienvenida.
No, la luna no habla.
Y ella nunca te dirá cuanto te extraño, que es menos a la esperanza que tengo de que vuelvas aunque nunca te quedaste.
Como quisiera entonces que la luna te hablara.
Ella sería la más indicada para leerte los poemas que te he estado escribiendo.
Y se, con el alma agrietada que no será así.
Ella no habla, pero si escucha, y muchas veces el silencio dice más que mil palabras.
Y presiento que con pena ella quisiera decirme que ya no te espere,
la vida se me desgastaría esperando y de tanto esperar tal vez se me pase el indicado.
Y dudando el que eso exista y consciente en que su sabiduría es larga por haber sido confidente de aquellos amores que se perdieron.
Yo quisiera apostar las barajas por ti, a sabiendas de lo que estoy perdiendo.
Esperando que por inercia vuelvas como los imanes se contraen con el metal.
Porque aunque ahora estés lejos este corazón
piensa todo el tiempo en que quizá la pena de la luna te traiga de nuevo, a la buena, sin ningún hechizo más que el de este amor que no está siendo bien correspondido.
Estoy apostando la soledad por la esperanza.
Acariciándome a la idea que esta noche por alguna sincronización estaremos chocando con la luz de aquella que atestigua tanto cuanto calla.