Hermosa ingravidez
donde se expande tu voz,
un estallar de estrellas,
como si la primavera,
repentinamente abriera
un segundo en dos sonidos,
izquierdo y derecho,
que llegan a mis oídos
impulsando el sabor del mar.
Así es tu voz de imprevisible,
desde la primera,
hasta la penúltima claridad
de cualquier fecha,
la del primer día,
o la de aquellos otros
sin distancias ni cortinas.
Tu voz de siempre diferente,
con sus raíces largas
entre verdes lejanos,
la de sabor a cuento
en páginas rosadas;
la que sigue volando
atizando los sueños,
la que duerme en tu pecho
y en tu boca se aclara.
Eduardo A. Bello Martínez
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