Va pasando la vida lentamente
y el niño del ayer, vive el futuro,
basado en un presente tan oscuro
que duda en caminar correctamente.
El hombre, (y niño ayer), que ve el presente,
se muestra como el ser ante un conjuro,
reniega por su fe de tanto muro
e intenta resistirse a la corriente.
Quisiera rescatar aquella mano,
surgida en una infancia, ya lejana,
tan llena de cariño y de ternura.
Quisiera en esta etapa, del verano,
vivir de una manera más cercana,
la eterna primavera, en su locura.
Rafael Sánchez Ortega ©
11/07/18