Francisco Urrea Pérez
Tañe el reloj sobre su propio ruedo.
También los relojes revientan de hastío
Y no hay un cementerio para las horas suicidas
Ni una pira donde encenizarlas
Las horas se estrangulan a sí mismas
con péndulo o tictacs o con suspiros
Yo soy el espejo donde se miran las horas.
En mis charcos de café, de vino y de delirio
allí el sol y su adiós con un reflejo turbio
sobre los ojos se guardan los misterios
en altanera omnipotencia barnizada
con oquedades, con vacíos o con témpanos
de mirares y silencios.