Cuando la noche cubre mi cabaña,
un silencio fugaz invade mi alma,
y aquí en mi corazón reina la calma,
como reina la paz en el desierto
en las cálidas noches del estío.
Y en esa vaga soledad silente,
gratos recuerdos brotan de mi mente
como flores del árido desierto.
Allá en el camposanto de la aldea,
un ligero relámpago ilumina
una cruz, que se asoma en la neblina,
cual fantasma en oscuras dimensiones;
nos recuerda que allí, entre los abrojos,
en difusas y eternas soledades
culminan las grotescas vanidades
de este mundo, plagado de pasiones.
Y es, también, la frontera inexorable
donde acaban las noches y los días,
las penas y pasadas alegrías;
y en cenizas o polvo alli termina
la exotica belleza, pasajera,
que una vez nos robase el corazón,
la vida entera y toda la razón,
con su encanto y belleza alabastrina.
y un río que desciende, majestuoso,
del alto pedestal de la montaña,
al pasar por el lar de mi cabaña
va dejando un gemido de las hojas,
que una vez despojó la primavera,
y hoy se arrastran, igual que nuestros sueños,
en el vórtice cruel de los ensueños
y en un mar lastimero de congojas.
Nolberto Marin Bolivar.