Me duele Nicaragua como volcán
que estremece el paisaje del alma.
Su pueblo es lamento de pájaro
obligado al encierro.
Su canto lo devoró la ojiva del dictador.
Su cielo es esplendor de sangre
que rueda sobre el dolor materno.
En sus calles hay un zumbido
de mudas sirenas.
El pan se cuece en el horno de lágrimas
que el dictador aviva
con el huracán de sus deseos.
La estirpe de Anastasio
es de nuevo el verdugo
de la sangre que clama
un relámpago de preces
que iluminen el presidio.
Antes que la sombra de azucenas
haga sonar las campanas
unamos las voces
para suplicar a Dios misericordia
en presencia del verdugo
y que no tengamos que contar
la historia de un pueblo que agonizaba
ante la mirada inclemente del sol.