La mujer, aún acostada al lado de Lucía. No sabía qué hacer, al ver tan bella escena. Ver que Lucía, desnuda, expidiendo ese olor corporal de ella, de su “monte de venus”, tan rico aroma de mujer, le proponía que se casara con ella. Y las dos soñando con su boda, le contestó que, -“sí”-, cuando el amor no se opone, no se opone nadie. La mujer, parecía una niña, seleccionando invitaciones, y demás cosas para realizar una boda de la altura de cualquier boda como un hombre y una mujer. En este tiempo se podían casar, porque yá la ley tenía una ley para que los matrimonios “gays”se pudieran casar en cualquier jurisdicción. Entonces, Lucía, muy contenta por escoger el repertorio de música y fue muy selectiva, y con el “buffet” también. Cuando se dió a conocer la boda en todo el vecindario se llenaron más la boca de podredumbres, “que si la que era prostituta barata, ahora es lesbiana, y que ama a una lesbiana y se vá a casar”. Y todo era cierto, menos lo de prostituta barata, y Lucía lucía muy bien, con su rostro al sol, bella y reluciente y más aún contenta. Estaba feliz, porque con la mujer que amaba formaría un hogar, un amanecer y más aún toda una vida plena fecundado en el amor conceptual. No quería ni amaba a más a nadie, ni se recordaba de los hombres, dos que le hicieron tan infeliz, y todos porque sus miradas llegaron al fondo de su ”monte de venus”, sin ser amado realmente. No quiso más promesas, ni más dimes y diretes, sólo quiso ser lo que nunca fue, una mujer capaz de esperar a su amor en el altar. Ella, era feliz, y así lo fue, se casó con la vida, con los amaneceres junto a aquella mujer, se casó con el amor y, con la Biblia, y con Dios, el que sabía más de su inclinación homosexual. Lucía, era tan especial, que su sonrisa no la borraba nadie ni el más cruel y vil sangrienta alimaña capaz de hacer daño al sentimiento humano. Y, Lucía conocía por donde saber explotar a la mujer en el sexo, de llenarla de caricias extremas hasta hacer que su cuerpo sudara y perpetrar una comitiva de líquido sabroso en su boca y eso le gustaba a ella, creo que más que al hombre por natural. Y quiso ser eso, una mujer, decidida, capaz, y solvente de temores inciertos, cuando quería lo quería ella, a la mujer que amaba. Le llevó flores, a su mujer, como ella la llamaba, Lucía, estaba en un trance o en un delirio, autónomo, de su propio corazón, y de su amor por la mujer y llenada de eterna felicidad. Las viejas en el vecindario hablaban y hablaban, y más la miraban con ojos de duda y más que eso con la envidia de lo que ella tenía entre sus piernas, que era su “monte de venus”, y que Lucía sabía utilizar muy bien cuando lo necesitara para bien o mal. Lucía, era una exitosa empresaria en un futuro no muy lejano, el artista la llevó por el rumbo oculto del arte y transparente del dibujo, que existían muchas cosas que ella no conocía y que iba a saber muy pronto. Fue un excelente amigo, y más que eso un buen compañero. Y, es que ella sabe que la amistad vale más si se sabe amar en ella como buenos amigos y más, ser fiel a esa amistad. Ella sabía a dónde se adentraba, su experiencia fue más allá de la translucidez, de la lucidez de su mente y más aún adquiere más conocimiento en el arte. Estaba en Estados Unidos, y no en el monte, se vestía de acuerdo al ambiente, al frío o al calor, a donde el artista la llevaba. Primeramente, la llevó a una tienda, en la cual escogió un excelente, pero, diverso ajuar para ella y caminar por las diferentes ciudades de los estados. Y no enseñaba su “monte de venus”, en cualquier pantalón apretado aunque sí, se ajustaba a alguno de ellos. Quiso, ser una mujer con clase como siempre se caracterizaba, interpretaba el idioma inglés a excelencia y su pronunciación era la mejor, y tomó clases para ser la mejor hablando el idioma inglés. Y quiso ser eso, una artista con clase y dibujaba y más allá entró al mundo imaginario de la pintura. Fue excelente su aprendizaje y más aún su empresa llegó a ser una de las más importantes y favoritas del mercado local e internacional. Y, continuaban las viejas hablando de ella en el vecindario, de su “monte de venus”, y “que se lo entregó a ésa, tan bonita, decían, las viejas”. Y la apodaban “la dama disfrazada”. Porque creían algo que no era ella realmente. Entonces, su amargo sentir y sus entrañas se amargaron como un apocalíptico momento, y ella se enfrentó a los comentarios de las viejas, les dijo y les mencionó hasta el mal morir por la boca, y como todo un Dios salió airosa de la situación. Cuando quiso dar lo mejor de sí, y entró a su hogar, y vió todo preparado para la gran fiesta “la boda de las dos”. Y entró, y, más entró, a vivir todo aquello, que quería, y que buscaba. “La gran boda”, yá iba a repartir las invitaciones, sólo quedan unas tres semanas para la boda. Y ella sabía, lo que quería, y más que amaba aquella mujer con su delicada finura de crear algo como regalitos, y demás decoración para el salón de fiestas. Las dos estaban tan llenas de felicidad que la gente volvía a creer que eran prostitutas, y no, eran dos lesbianas, que se amaban con todo el corazón. Y la murmuración no dió abastos, para comentar todo, cuando las gentes recibieron cada uno la invitación se rieron a espaldas de ellas, pero, eso no fue importancia, ellas encontraban la invitación extremadamente rara, pero, no fea, como a ellas siempre le caracterizaba. Entonces, llegó la noche, y quiso amarla, cuando se dió de cuenta de algo, que le faltaba a su amada una flor en aquel pecho, desnudo, floreciente, y más aún dispuesto a ser amado por ella. Expedía un perfume delicioso, y más aún, expedía sexo, quería amar y ser amada. Y ella, contra todo aquello que decían se burlaba, y se reía. Cuando palpó aquellos senos tan grandes, inmensos como su “monte de venus”, extrañó algo, y fue su delirio a ser amada como aquella mujer, la dejó a ella, descubrirla, siempre era ella, que amaba más, siempre existe la posibilidad de ser más amada que la otra persona. Y dejó, que identificara ese punto donde ella explotaba, y era “el clítoris”, pero, dónde lo podía encontrar, aquella mujer que amaba a Lucía. Y entonces, se fue a soñar mientras la mujer la amaba como a ella le agradaba y le gustaba. Y sucumbió en un delirio persistente, quiso entregar cuerpo y alma, pero, yá los había entregado, como antes. Entonces, se amaron como nunca, otra vez, como si el destino y el camino, fueran uno, como si el cielo fuera uno, como si el deseo fuera uno, como si fueran sólo una mujer. El intenso olor corporal de ellas embriagó la habitación, y más aún, el deseo, por la manera de querer entregar el corazón, y se olvidó de todo, de las viejas chismosas y de hasta una cita con el artista que había concretado. Y se intensificó el anhelo entre aquellas dos mujeres y entre el deseo en la carne y en el interior de ellas, se forjó dentro un siniestro fuego y que llenó el deseo de amor, y como en la mirada un destello con nubes claras de todo un sol en el cielo. Y le tocó su parte más íntima con el dedo, como decía la revista, y como ella no sabía más que hacer, era algo más diferente, le palpó todo su “monte de venus”, como ella le agradaba palpar. Y se sintió excitada, complacida, y más aún, llena de todo ese sexo que ella conocía muy, yá muy bien. Quedó pensativa, después de todo ese tormento, que se llenó de placer, y dijo, “te amo Julia”. No le llamó como “te amo mujer”. Y descifró la incógnita, pronunció su nombre por vez primera en tan bella escena del sexo con ella. Era Julia, la esbelta mujer de cabellos largos, nariz fina y de ojos color marrón, la cual ella amaba con todo el corazón, y se llenó de pasión, de emoción, y de sensible atracción. Su atrevido monte su “monte de venus”, estaba bello, hermoso y radiante, lleno de pudor, de salvación y de poder escapar con el delirio de ser enfrentado con todo el delirio a la boca y en los labios de aquella mujer que ella amaba, por Julia. La mujer, inhalaba y exhalaba fuego por sus labios, era como un apocalíptico instante, pero, no era de eso, sino del sexo de Lucía. Estaba dispuesta a todo, a amar sin condiciones, a entregarse sin más que el gemido de una mujer total y amada y contemplada con la ternura y la pasión más poseída por la tentación de sus propios labios. Entonces, abrió el deseo, abrió más sus piernas y cayó en un delirio tan pasional que soslayó en el tiempo, en un reloj que sí daba vueltas. Y fue que amó totalmente. Y nunca más iba a sentir el frío de la soledad, del silencio con grito a voces y del murmullo de aquel callejón en que sintió la perfección de todo un Dios, que sabía lo que era ser un hombre. Un hombre la cual la amó, pero, la olvidó en un callejón. Y se llamó la dama sin disfraz, y le gustó ese sobrenombre o apodo, y le dijo a la mujer, -“te amé sí, y sin disfraz, tú sabes que me apodan por ahí, “la dama disfrazada”, pues, te amé y por demás y sin máscaras, y sí te amé…”-. Quedó el amanecer por aquella ventana donde Lucía le hablaba a la luna y a la vida. Y dejó el sol, por la ventana, cuando el sol brilló más, más de lo normal, cuando quiso entregar su “monte de venus”. Y fue que amó más, y quiso ser más que ser mujer, quiso ser una reina o diosa del propio sexo. Cuando dejó de mirar el sol, cerró sus ojos de tanto mirara ese sol. Que como dijo una vez, -“mis huellas serán indelebles como esas nubes blancas del cielo azul”-. Y sí, la amó tanto que dejó sus huellas, y eran sus besos visibles como aquella vez, cuando la amaron a ella en el jardín del mercado o en el callejón contra la pared, y donde supo lo que era ser un hombre, ella, sabía la bifurcación de ser mujer y de ser hombre, de amar y no amar a un hombre o a una mujer. Y dejó que la lluvia la empapara cuando iba de camino al mercado, yá había recolectado la cosecha de frutos para Don Arturo. Y se dijo, -“después de ese sol extraño que miró fíjamente a los ojos y ahora, lluvia, qué raro”-. Cayó un aguacero por la tarde y se inundó el callejón, pero, aún así, lo caminó y logró llegar hasta su hogar. Cuando llegó hacia su hogar, la mujer llamada Julia, la recibió con toda la pasión y ternura que nadie tenía. Y sí, se bañaron juntas en la regadera, e hicieron el amor, se besaron aún más, el agua limpia y clara que tocaba los cuerpos desnudos, y con tanto placer que nunca. Y llegó el clímax, la totalidad del placer unido al amor entre Lucía y Julia. Yá casi listas para el enlace nupcial entre ellas. Donde se da el beso tan inesperado, tan deseado el primer beso de casadas. Y esperan con ansiedad ese instante en que se de ese beso tan amado. Las dos cayeron rendidas en la cama y más aún se besaron como nunca. Quedó como si fuera un retrato una fotografía aquel momento en que las dos con risas y alegrías y se inundó el callejón sí, y sus vidas de emociones y lluvias más deseadas por el frío que emanaba del cielo gris. Las dos, aún, sin poder creer que el amor albergaría sus corazones de un refugio tan real como poder habitar en el. Y fue que el amor y la pasión las llenó de amor. Eran Lucía y Julia. Y se llenó la habitación de nubes tan claras como aquel cielo gris. Llega el amanecer y, siendo más somnífera, creyó que el sueño duraría una eternidad, pero, se tenía que levantar de la cama y dejar aquel sueño y convertirse en toda una guerrera para trabajar. Y, así fue, se fue por el camino oscuro por donde en la noche se viste de colores y de amores amando a hombres infieles en prostituciones. Y trabajó como nunca vendió muchas caricaturas hechas y creadas por ella misma. El arte le comía el alma, y más aún, sus manos. Esas manos que, aún abrazaban a Julia, y en la misma cama donde la acariciaba tanto. -¿Cómo es posible que las manos fueran una posible posibilidad de querer y amar tanto como amar tanto a un arte con sus propias manos?-. Se preguntaba ella, en un momento pensando, cómo iba a salir de ese lugar para volver a amarla con tanta furia y rabia de tener su alma. Entonces, se siente una forma extraña de amar, cuando se obtiene el corazón en trizas como aquella desilusión, de los dos hombres en la vida de Lucía. Pero, Lucía lucía como aquella vez, que se entregó en cuerpo y alma a su primer amor en la cama, cuando Julia fue y será la que la hizo mujer en el sexo convidado y perpetuo, porque se aman como nunca antes. Y se fue por el camino pernicioso donde las fuerza del paraíso, se unen en un un sólo sentir. Cuando el frío perenne se atreve a desafiar el calor entre una mujer y un hombre, la prostitución. el camino perdido de lo inmoral. Y de saber que en ese camino se amó con un hombre. Pero, se aman como nunca, cuando se siente el deseo de saber lo que es ser una mujer verdadera y fiel como ésa, como la Lucía. Cuando se siente el anhelo de atreverse a desafiar lo que es la pasión y el amor. Cuando se siente un desafío, tan claro como la acción de amar en silencio o en el alboroto de la noche. Cuando sabes que el silencio es cómplice de un acto tan siniestro como lo son los besos que callan la boca. “La dama disfrazada”, sólo se hizo como espuma, cuando creció tanto en la comidilla social en las murmuraciones de las viejas del monte y del vecindario. Y creció, aún más, entre las habladurías con esa mujer, esa mujer que es y será su primer amor y la única que la hizo mujer en la cama en una noche de locura cuando descubrió su sexualidad. Y era, -“Lucía, a la que todo le lucía”-.
Continuará..................................................................................................................................................................................