Alejandro

Basta ya

Recuerdo vagamente

un atardecer colorido

a la sombra de un gran árbol,

en el césped,

jugando entre las flores,

viendo como jugaban entre sueños

los peces en el agua,

como el cielo azul

dejaba su inmensidad abierta

y las aves cantaban

melodías de amor cada mañana

mientras que los relojes

no eran nadie,

mientras no vibraba la amargura,

cuando el viento era puro

y no palidecía su abrazo eterno.


Ahora me fumo un cigarro

en la acera de un parque gris

con tres flores en agonía

y el canto de mil bocinas

que no se divisan entre el gris

de la tormenta de smock

y en el río asfáltico,

esa jungla salvaje

en la que caminan

las más ruines bestias,

cae una gota de sal,

un grano de sangre

y la luz de una valla comercial.