Recuerdo vagamente
un atardecer colorido
a la sombra de un gran árbol,
en el césped,
jugando entre las flores,
viendo como jugaban entre sueños
los peces en el agua,
como el cielo azul
dejaba su inmensidad abierta
y las aves cantaban
melodías de amor cada mañana
mientras que los relojes
no eran nadie,
mientras no vibraba la amargura,
cuando el viento era puro
y no palidecía su abrazo eterno.
Ahora me fumo un cigarro
en la acera de un parque gris
con tres flores en agonía
y el canto de mil bocinas
que no se divisan entre el gris
de la tormenta de smock
y en el río asfáltico,
esa jungla salvaje
en la que caminan
las más ruines bestias,
cae una gota de sal,
un grano de sangre
y la luz de una valla comercial.