En la plaza, nostálgica y silenciosa,
corretean las joviales lucecillas
reflejadas en el eterno lago del mundo.
A veces me figuro que los sueños
anegan o levantan su esplendorosa llama
igual que los huesos rehúsan o encarnan
el rubor esclarecido en la mejilla.
Y, como todo aquello que una respuesta persigue,
las pisadas se extravían donde la instensidad
procura entorpecer con destellos fingidos.
Hay tanta calma por ahí escondida
que a veces me arropo con la ausencia,
en la desnudez del humo brindado
por la ruptura de un acorde
o en el pasar de las horas sobre la roca
más débil y desprotegida.
El polvo rueda por los lugares más vistosos
a ojos de quien siente
a pesar del sinfín de huellas que se posan
esperando las primeras gotas de la mañana.
A veces me figuro que los recuerdos
recorren una órbita tan grande
que desconocen el camino de vuelta
y el rocío embriaga de tristeza las flores
cuyos pétalos, mártires, desisten.
Pero el alboroto, tierno y desnudo, irrumpe
con risas infantiles que calan hasta el alma
y el deseo de reír enmudece
cualquier presencia de melancolía extendida
en la negrura de medianoche.
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