Anoche, ya muy tarde,
vi una estrella fugaz.
Cayó por el horizonte
así, como que se desliza una lágrima,
como una gota de lluvia en un cristal,
tan dulce y lentamente que pudo darme tiempo
a pensar todos los deseos del mundo
y era tal la belleza del instante
que no pedí nada,
la seguí con la mirada
saboreando el tiempo,
el largo tiempo
que dura la estela en el oscuro firmamento.
Las estrellas anoche titilaban guiñando sus ojillos de caleidoscopio,
como inalcanzables diamantes
sobre el negro terciopelo de una joyería orbital.
Había muchas,
pero estrellas fugaces, solo vi una...
la más bella.