Y la amó consistentemente y la amó más, y sintió un amor tan hondo por la mujer que se igualó al de Lucía. Y fue y era y es un amor como nunca antes sentido, fue un amor verdadero y real. Y llega el día tan inesperado, el de la boda o el enlace entre Julia y Lucía. Ella decide, entrar por la iglesia las dos juntas con velo y traje de novia. Yá tenía el cabello más largo de lo rapado y se veía, Lucía, como toda una princesa o más que eso toda una reina del amor y por supuesto del sexo. Cuando nace y no se hace, una lesbiana, tan real y tan verdadera como era y son Lucía y Julia. Es el fuego que arde, como llama que llama a ser tan real en la fogata entre ellas, entre las dos, es la pasión que vive y revive entre ellas dos. Entonces, Lucía, toma su vestido de novia y Julia, hacen lo mismo, se visten de novias las dos, es un momento tan especial, tan inesperado, pero, deseado, tan real y tan verdadero, como tan pasional y los nervios, ¡uf!, estaban a mil millas por hora. Lucía, lucía bella y radiante y con sus tacos altos, y tan femenina como toda mujer, pero, era una lesbiana, se veía más alta, y tenía el cabello un poco más largo, se veía hermosa, delicada y fina. Y fue el momento más anhelado, más inesperado, el enlace nupcial de toda mujer. Y sí, eran dos mujeres que se amaban con toda el alma y fuerza de espíritu y con la luz que brillaba en sus ojos, se casaron felizmente. Y asistieron los invitados de colores extraños, de vestidos espeluznantemente bellos y coloridos, y eran algunos también, homosexuales, y asistió la familia de Julia, y la de Lucía, aunque no los menciona nunca, sí, tenían familiares. Y, entraron por la iglesia con su vestido blanco de novia, radiaron con sus bellezas y, más aún, expedían felicidad. Cuando se veía venir la felicidad a copas de champagne y dijeron que sí, en medio de todo el mundo, incluso delante de algunas viejas chismosas del vecindario o del barrio, y se dijeron que, sí. Que sí, para toda la vida y, más aún, permanecer juntas por el resto de la vida. Y se disfrutó esa tarde como nunca antes, un matrimonio “gay”, un amor y una felicidad que sería y prometía ser eterna. Cuando se llenó la recepción de gente buena y de gente que amaban a Lucía y a Julia, como un amor fraternal y consistente. Y la recepción se realizó hermosa y reluciente, fue y será una convidada ceremonia de “gays”, pues sí, ¿cómo no saber que fue una boda a la altura de cualquier boda?. Y se entregaron en cuerpo y en alma en una boda hacia unas personas que aunque siempre hay y existen habladurías, porque siempre la boda será hermosa entre dos lesbianas ”gays”, u homosexuales, que se amaban con el corazón. Su “monte de venus”, estaba dormido, sin sentido, prohibido, y sin pasión, esta vez, por el traje de novia tan elaborado y con enaguas que hacían que no se viera o que no se palpara su debilidad por la pasión y el amor al ser besado con tanto amor por Julia y, no, por otros hombres que la miraban insistentemente con la misma lujuria del sexo. Se oscureció la tarde con el ocaso, cuando llegó la noche y se encendió la recepción, con colores nuevos, y radiantes, como caracterizaban a la pareja y, que ahora, eran esposas. No corrían chismes, sino amor a tutiplén. Era el amor entre Lucía y Julia. Y fue una boda real, y verdadera, como nunca antes no se había visto, invitado a gentes y más aún, ser parte como visible visor de una ceremonia nupcial como fue esa. Entonces, cada uno se despidió de la pareja feliz, y radiante aún, brillaban sus ojos como nunca. Partieron en su automóvil de casadas, yá en la habitación, se desnudaron las dos, y quedaron en ropa interior, y todo en alrededor, quedó brillando de pasión y de emoción. Se besaron en la boca, con el alcohol, y las hormonas alborotadas, hizo sentir el placer al máximo, y contra todo aquello que se llama amor y pasión, quedó esparcido entre aquellas sábanas blancas siniestras para el beso actual y conceptual de ambas. A una de ellas, le dió un dolor muy fuerte en el pecho, y en su brazo izquierdo, y fueron dos infartos fulminantes. Y, murió. No se debió de ligar el alcohol con el amor, con que no se debió de entrelazar el alcohol con el sexo, el corazón es muy débil cuando se ama intensamente en la ocasión. Llegaron los paramédicos, y se certificó que el corazón yá no latía más, como aquella vez, en que se amó por primera vez, cuando se conocieron en la discoteca homosexual y, más aún, cuando se amó insistentemente aquella noche espléndida, como aquella única noche en que sólo el deseo fue sinónimo del amor y no el antónimo del amor, el dolor, que nunca llegó a concretarse aquí entre Lucía y Julia, porque era un amor tan real y conceptual que logró los estándares de un vicio mutuo sin el vacío del corazón. Y ella, la que estaba viva, sintió un profundo dolor en su interior, y más aún, en el pecho, y fue un dolor tan profundo, tan real, que quedó fuera de este mundo. Pero, volvió en sí, y se acordó de todo lo vivido con ella, y más aún, de todo lo que sintió en ella, y su mente voló al ayer, cuando se amó y, más aún, se entregó el coraje a vivir, a amar y ser una pareja “gay” como nunca se había admirado. El volver al pasado, le hizo recordar que amó intensamente a una mujer, que llegó como nunca antes a vivir, a ser amada y nunca ser olvidada. Aunque, duró muy poco el matrimonio, la promesa de amarse hasta la muerte se logró concretar entre un matrimonio como el de las dos, de Julia y Lucía. -“El camino sigue”-, se decía ella, pero, una lágrima corrió por su rostro y, más aún, el dolor perpetrificó su amor y su pasión por esa mujer que ella amaba tanto. Su sentir, se volvió recio, duro, tosco, y más, sin más amor ni pasión que sentir. Se quedó inmóvil, quieta, y se acordó de su “monte de venus”, cómo le amaba esa parte a ella y de su delirante sabor y delicias de toda una piel y sucumbió en trance. Le salió, otras lágrimas, y se desparramó en el suelo, no pudo más que soportar su ida, y sin ella, sin el amor perpetuo que quedó y que enredó toda piel de amor y pasión. Con la única piel que era como una, entre las dos mujeres. Cuando ella, amó con pasión a esa mujer. Y se sintió el dolor, y más aún, la manera extraña de amarse en el hogar. Y quedó por siempre su recuerdo y, más aún, la vivencia y experiencia en cada una de ellas. Entonces, pasó yá todo, la mujer a solas y con su dolor, hizo las exequias fúnebres con el color que ella amaba tanto. Y se despidió de ella, y le dijo en voz baja, -“te amo, mujer”-, como ella siempre le decía. Y entonces, bajó el camino apresurada con el dolor y la pasión a cuestas por ésa mujer que amó con el corazón y la cual se llevó toda su alma. Y llegó a su hogar y se dijo una vez más, -“mis huellas serán como esas nubes blancas en el cielo azul, blancas y no invisibles como tantos y aquellos besos”-. Y logró contactar a aquél artista gráfico que conoció en el puesto en el mercado como caricaturista. Y salía del país en una semana hacia los Estados Unidos. Y logró todo aquello que soñó y, más aún, que se propuso. Y fue que sólo quiso ser aquello que nunca pudo ser ni se imaginó poder ser. Cuando el artista gráfico, la llevó por el rumbo automático del dibujo y de la pintura. La llevó por lo trascendental y más aún, por la transparencia del dibujo. Y realizó su empresa como cualquier otra, la levantó desde abajo, con lo poco ahorrado que tenía, pero, que le sirvió para alzar su empresa en la cúspide. Hacía entrevistas y, más aún, hizo de la caricatura un sólo y total éxito. Cuando quiso hacer algo extraño con la promoción de su empresa, un anuncio del caricaturismo esencial para promover a su empresa y lo logró. Fue asediada por la prensa y, más aún, por la manera tan extraña de realizar una caricatura del rostro y torso de alguna persona. Y tenía sus herramientas viejas con las que comenzó en el caricaturismo en un museo de artes y que, con las cuales realizó una donación para una entidad privada sin antes hacer un dibujo del museo. Pero, su “monte de venus”, quedó por siempre, sin sentido, prohibido a la vista de cualquier persona, yá jamás volvió a ser la misma Lucía, por el monte y con su “monte de venus”, siempre dispuesto a ser amado y contemplado por una mujer o un hombre, con su pantalón apretado. Y de aquella, “la dama disfrazada”, que por consiguiente fue y será burla de chismes sin ser ciertos, dejó todo atrás sin devengar lo que fue un recuerdo. Porque era y siempre será, -“Lucía, a la que todo le lucía”-.
**~FIN~**