Si se cayeran las estrellas de
nombres legendarios, seríamos
los primeros y los últimos en conocer
el secreto de la eternidad.
Cuelgan sobre nuestros sueños tan
inmensas como soles, tan pequeñas
como las del sueño de Belén, como
las del hada o la Cenicienta, o las
diminutas que flotan sobre el
capirote de los magos, tan vagamúndas
como la Gitanílla de Cervantes,
nómadas en remotas sendas
minúsculas en el universo.
Brillantes en el desierto.