No te estoy diciendo
que eres una ensalada,
una porción de pastas,
o de un pollo a la parrilla.
Esos son alimentos
para aplacar el apetito,
el del estómago.
Tú eres mi alimento de vida.
La que marcas en ella
todo lo bueno que tengo.
Esa noche, cuando yo
me encontraba cenando
con unos amigos y amigas
de mi trabajo como vendedor,
miré hacia la vidriera,
y allí estabas tú, contemplándonos.
Al encontrarse tus ojos
con los míos, nos miramos
por unos instantes, solamente...
y desapareciste de mi vista.
Quedaste grabada en mí.
Lo que no interpreté
es por qué desapareciste
tan súbitamente.
Pasaron varios días,
y el destino quiso
que volviésemos a encontrarnos.
Nos miramos por unos segundos,
y seguiste tu camino
con pasos presurosos,
como si huyeras de mí.
Te seguí, al ritmo de tu caminar.
Te alcancé, te toqué suavemente la espalda,
giraste, y nuevamente nosotros,
frente a frente.
¡Me enamoré de ti!
No en ese momento,
sino cuando estuve cenando.
Te pregunté si podía acompañarte,
y me contestaste que no tenías problema
que lo hiciera.
Tu respuesta fue como
si me hubiesen dicho
que me había sacado la lotería.
Aunque en realidad,
fuiste para mí una lotería, humana...
Sin conocerte, estuve esperándote,
y llegaste, para alimentar mi alma.
Tú eres alimento de mi vida.
Derechos reservados de autor( Hugo Emilio Ocanto - 10/03/2014)