¡Nunca la ultrajaréis! gritó el caudillo
y Elvira sintió sobre sus hombros
la mano encallecida de su padre.
Violento y rufianesco, rebelde sin causa,
finalmente nimbado de grandeza,
Lope adivinó en aquella hora
la oscura realidad de su derrota.
Pocos saben de honor y de pureza,
pensó el aventurero,
casi nadie de un acto por amor.
Esgrimió su puñal
y rodeando el cuerpo de la joven
lo hundió por la espalda muchas veces
como perdido en afiebrado sueño.
¡El diablo os ha tendido una celada!
gimió ella doblegándose.
¡No podrán ultrajaros, no podrán!
bramó Aguirre compungido
frente al rostro de la víctima,
sin soltar el puñal ensangrentado.