Él suena y embellece
y es que con sus ocho octavas
enamora hasta que atardece.
Él muestra lo mejor de sí,
porque gracias a las dos claves
puede llenarse de frenesí.
Él me deja posar mis manos
y en cada pieza que toco
brinda amor, alegría y caos.
Ya se acomoda la partitura
para que blancas y corcheas
bailen con grata soltura.
Suena música clásica
que endulza la sala
y enriquece el alma.