En aquel virreinato colonial
convivían entre otras paradojas
santidad y pasiones de burdel.
Cuando Túpac capturó al Corregidor,
lo pasó de inmediato por las armas
frente al odio reprimido de su pueblo.
La revancha imperial fue sanguinaria:
Presenció las torturas y la muerte
sufridas por sus seres más queridos.
Ni las penas ni los potros destrozaron
su entrañable valor y fortaleza.
Fue sin piedad decapitado
y sus miembros dispersos por los altos
y escabrosos peñascos del Perú.