El deseo no persigue cuerpos interrogantes
ni cabezas que pregunten por qué o por quién.
Como un halo que abraza sus ojos crepusculares,
la noche envuelve mi cintura
vistiendo de sueño y carne la imagen recordada.
Y la voz, sincera, se abre liberada y robusta
penetrando en el aire como el amor
entre dos columnas si una vez heridas
ahora levantadas con el pecho como arma.
Mientras me busco en un nombre
que repito constantemente,
creo sujetar entre los dedos el color del mar
y el canto azul de risa agitada
supongo acariciarlo poco a poco
en uno de esos versos pronunciados
silenciosamente, como si se tratara de algo
que no hubiera presagiado aún su rostro.
Y, mientras tanto, me encuentro en un nombre
que ni siquiera es el mío.
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