Kristian Rueda

A un tal vez

 

La sombra clara de su cuerpo, el corazón despierto gastando, la voz cuya desilusión asfixia, llevo su corazón guardado en el mío y sus pasos para no olvidar mi camino; apenas y la veo sin que ella su mundo vuelque a mí, pero es una condición de soledad acostumbrada, ya no veo, sino solo su rostro eterno dibujado en mi futuro y pronosticando mi destino. Desató sus ojo y los dejó caer con furia sobre mí, la mantengo oculta en un lugar de mi memoria, donde el frío y el olvido no penetran y un segundo es eterno destello de ella, un lugar donde bajo una cortina de cielo para el niño que retengo, es una cometa que vuelo cuando vuelvo, mi mirada hacia ella, a su cielo; no se sabe cuál es más inmenso e interminable, donde nacieron las estrellas, o cual desnuda de lluvia a las flores, ¿dónde está el espejo y el reflejo, la bahía y la memoria?  

Soy un milímetro de temblor y ansiedad cuando la sombra segadora de sus manos se aproxima precipitadamente a evaluar el pronóstico de mi corazón retrasado, del cataclismo interrumpido de mi voz apunto de fundir su nombre con mi respiración en el viento, me consagré a la inquietud oligofrénica de mi pulso a punto de estallarle en una sonrisa, fue su luz una bomba silenciosa dalladora que pactó el final de la última batalla entre mi alma que ahora es frontera entre sus manos y las mías, tan distantes, tan extrañas, mi alma es vasallaje de sus balas reservadas, de su omisión tirana, de su vileza dignificada, casi humana, casi concedida a una última mirada que hizo que mi perdida fuera memorable y honoraria.