Es una afirmación mundial que un animal te brinda amor incondicional. Hace tres años, en un parto de cesaría, sano pero no natural, con la ayuda de Dios, mi esposa querida a este mundo trajo a mi hijo, Neymar.
Al no celebrarle sus primeros cumpleaños, me aleje de lo tradicional. A su edad, el es limpio y puro. Por sacarlo adelante y ofrecerle un futuro brillante, mi trabajo será exigente y en ocasiones muy duro. Su energía supera la mía. Por no rendirme de repente, a Dios le perdió fuerzas y energía. Más que nada, le pido por mi hijo y que nos regale un nuevo día.
Su amor hacia mi no se compara con algo terrenal. Gracias a el, por primera vez en mi vida he conocido el amor incondicional. Como la de su madre, mi sangre corre pos sus venas. En silencio, a Dios doy gracias por su salud y por sus sonrisas, pues son las alivian mis penas.
Al terminar el día y cansado del trabajo, me alejo de mi espacio. Al llegar a casa, el, con su presencia, alivia mi cansancio. Con cada travesura, me demuestra su ternura. Al solo mirarlo me pongo a sonreír. Sus llantos son mi música y sus gritos calman mi sufrir. Por las noches, en mis brazos lo arrullo tiernamente para poderlo dormir.
Su crecimiento y desarrollo será lento y transicional. Gozando de su niñez, viviré un día a la vez. Con enfoque en su futuro, hoy sigo disfrutando de su amor incondicional.