Era inevitable, su corazón asi lo advertía, la respiración lo delataba, parecía sucumbir ante el extasis que le producía aquella piel, aquellos labios le penetraban el alma, le inyectaban un veneno tan poderoso que más parecía una droga. Se sabia su cuerpo, lo habia recorrido tantas noches y sin embargo siempre era la primera vez, lo encontraba nuevo, eterno, salvaje y delicioso como un río caudaloso que corre hacia el mar, sentía navegar en esas caderas, hundirse en un mar extenso que no acababa, trepar por sus piernas como si le fuera la vida en ello, sentía su misma sangre desbordada por aquella desnudez que no le parecía de este mundo: tal vez era hija de Venus, dejada en la tierra para enamorar a los hombres con su belleza, hija de Diana para cazarlos, uno a uno y sin piedad, Isis eterna, Santo Grial. Ya no importaba, era una víctima mas, la deseaba tanto que le dolía, el amor le dolía.