Carlos Eduardo

E L L A

 

Ella:

        Se veía suave como una brisa, bella como la primavera, sensual, ojos verdes luminosos, inabordable, ese verano nos cruzábamos sin querer en las playas, en los bosques, en las colinas sin que yo le apreciara ningún gesto hacia mí, yo no existía, rezumaba ese sabor de guindas, imaginaba su fragancia de margaritas, sus pechos juguetones entre mis labios oliendo a sexo exprimido; nada aconteció, volví a clases, no sabía qué sería de mi futuro, incierto como lo es todo en la vida, vulnerable a los vaivenes de la sociedad y del medio, eran los últimos días de verano o los primeros de otoño, lo único relativamente seguro era la dedicación a estudiar con tesón y ahínco; sí, ese presente era oscuro, pensaba, el mañana sería negro, pesado y largo; como bien ya conocía al hombre hecho de desechos de vicios, motivaciones absurdas, extraviado, enfermo, … mi andar podría encaminarse por una cuesta laberíntica, atunelada, ciega, mineral y fangosa …, qué sabía yo. Era mi último año para tomar un rumbo distinto, enrarecido por los acontecimientos, saltaría a la arena de la auto determinación. Sin jamás atravesarse por mi mente, me encontraba parado en la entrada de la sala en el segundo piso observando hacia los frontis de las edificaciones vecinas, de uno desde una puerta que tenía justo en frente aparece ella radiante, con una sonrisa abrumadora me mira, hace una seña de saludo y reconocimiento como diciéndome yo también habría querido de ti.