Tardes.
Son bellas las tardes cuando tú estás conmigo,
desde aquellas tardes que estuviste conmigo,
y las cinco con treinta,
eran realmente las cinco con-tigo.
¡Cuanto aprendimos entonces!,
de la química del deseo,
de las bocas y los labios hambrientos,
de los ojos,
de las miradas que devoran los cuerpos.
Aprendimos que las manos,
pueden tocar la dicha mientras vuelan y se inflaman,
que pueden cantar tocando,
o tocar cantando (es igual);
que los dedos se vuelven pétalos suaves,
y caen sobre la piel como gotas de lluvia,
como notas que van erosionando la calma
a cada toque liviano o apurado.
Que los cuerpos acariciados flotan, como en un limbo rosado,
y se pierden en la grata mansedumbre de la carne,
trémula y feliz,
que no se queja de nada
mientras esté temblando.
Que las voces
no hacen falta cuando habla el tacto,
y están vivos el olfato,
el gusto,
la emoción.
¡Aprendimos tantas cosas!,
de nosotros y de antes,
de después y de siempre,
de estar y ser,
de ser estando;
sobre todo aprendimos como seguir siendo,
después del agotamiento de la tarde,
y a esperarnos más allá de la noche,
más allá de las sombras,
más allá del calor.
Eduardo A. Bello Martínez
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