Que cómodo allí,
los dos y nada más,
respirando un sólo oxígeno,
que se dividía
para alimentarnos.
Una sola la luz,
brincando de tu cuerpo
a mí cuerpo,
saltando de tu lengua
a mi boca.
Un sólo silencio
de ruidos sordos,
que tuyos y mios,
se esparcían despacio,
rompiéndose.
Unas horas quietas,
caminando de prisa,
yendo y viniendo
del espejo a las paredes,
aterrizando en las espaldas.
Un mundo afuera,
otro mundo,
con su polvo y su ruido,
tantas personas
que no podían ver.
Eduardo A. Bello Martínez
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