Sólo puede llegar a amar aquel,
que aún sintiendose pequeño
se ofrece en el altruismo
y aporta sus aspas
al viento de la entrega.
Desentendiéndose del yo,
asintiendo al conjunto,
en la simpleza del ser uno más.
Sin un más o un menos,
sobra un mejor o peor,
nada de esto cabe en el amar.
Los interrogantes se pierden
por el agujero del bolsillo;
son azucarillos,
se deshacen, se desvanecen.
Cuando amas alcanzas
la más fabulosa de las cúspides,
oteas albas, el horizonte
sin nubes enmarañadas
con la oscuridad, el silencio y los lamentos.
Brotan efluvios de condescendencia,
los violines suenan y las trompetas,
se destilan alcoholes cuales desinfectan
abruptas heridas, suciedades;
se vierte en el amor la sapiencia,
de saberes exentos de intereses,
de menosprecios y de maldad.
La visión de lo que hay,
se vuelve amplia y extensa;
adviertes el esplendor, la hermosura
de todo lo por haber y lo existente,
se visten de gala pero sin lujos
los montes y las praderas.
Resulta gratis amar,
amar es la mayor locuacidad de la vida.
Cuando se ama,
los ojos cerrados ven,
tus ojos en esa hora,
están siendo viajeros
por una eternidad
adolente de fronteras.
Los ojos alcanzan en ese estado,
una mecanica propiciadora
del intuir, del sentir algo más
de lo que en apariencia parezca
se pueda captar, observar.
Entonces,
cuando amamos,
hasta en el invierno
rejuvenecen
los arboles marchitos, antiguos;
estos se descapullan, florecen.
Si escogiera una verdad sería:
la de amar sin condiciones.
Como reflejo claro y luminoso
de todo lo merecedor,
que vale la pena de que este.