Dejen que las brisas me conmuevan,
cuando estoy desorientado a mitad del camino.
Dejen que el fuego de los faroles me guíe,
cuando la luz de la luna se haya agotado.
Dejen que beba el agua de la llovizna,
cuando los ríos y los mares se hayan secado.
Dejen que mi estación sea siempre
primavera…
Cuando los otoños se hayan encarnado en mí.
Y si los fuegos de los faroles
no me guían.
Si la brisa no me conmueve,
y muero de sed a mitad del
camino... por favor
¡nunca dejen de amar!