El mar, aunque lo he amado,
nunca quise recorrerlo;
siempre me he aferrado a la orilla,
los pies en las aguas someras.
En mis sueños he tocado
cada puerto de la tierra,
he superado tormentas,
ya no sé cuántas, y he luchado,
firme en el timón, con las olas
de océanos de los dos emisferios.
Pocas cosas tiene el mundo
que me sean más familiares
que las más remotas rutas
trazadas en los portulanos.
Las imágenes de mi infancia
tienen horizontes marinos
y las despeja un viento
distinto de todo otro viento.
Ahora ni siquiera sueño
y ya no espero sorpresas,
y solo de vez en cuando
busco relatos de viajes.
Del agua baja me fío
pues estoy avezado a ella.
El mar viene a lamer
mis pies, igual que una perra,
tiene sus pequeñas furias,
borrascas en miniatura.
Lo que quiero, al fin y al cabo,
es tenerlo tan cercano
que basten solo tres pasos
para no volver ya atrás.