luisa leston celorio

MI PRIMERA COMUNIÓN

AÑO 1957-

Estaba tan contenta, estaba tan dichosa, más aún muy nerviosa porque en aquellos días se habían juntado todas las hadas buenas a mi favor. 
Papá había llegado a puerto con el más bonito de los regalos que me podía imaginar. De tierras lejanas me había traído un precioso género de organdí para mi traje de comunión. Era un género de muy buena calidad y poco visto, tanto que había llamado la atención de una de las señoras más ricas y poderosas del concejo.
Eso era lo de menos para mí, lo que más me hacia ilusión es que mi catequista me había dicho que estaba entre las niñas que pasaban al examen que nos haría el señor cura, que aunque era muy estricto los pasaría muy bien ya que me sabía el catecismo de pe a pa. 
Por la mañana antes de ir a la escuela mamá y yo estuvimos en casa de la modista para dejarle la tela, así ya teníamos la vez pedida para que me hiciese el traje. Allí llegó una señora (esposa de un famoso consignatario) para hacerles unas prendas a sus niñas. 
Aquella mujer se marcho hechizada de aquel organdí de seda natural, le había hecho a mi madre una propuesta para comprárselo, mamá no le dio crédito, y le dejó claro que era para mi, además de que mi padre me lo había comprado con mucha ilusión y cariño y eso era el valor más grande que tenia la tela. 
Esto aun me reconfortó más, mucho más. Además, papá había asegurado de que a pesar de un faltar casi tres meses para mí primera comunión ya sabía que estaría en fecha tan entrañable con nosotros.
Después de comer me fui corriendo cuesta arriba por la Cuesta Arango para la escuela. Pese a ser el mes de marzo había mucho calor pues el sol calentaba duramente. 
Mi compañera de pupitre pidió permiso a la maestra para cerrar un poco la contra de la ventana porque el sol a través de los cristales le quemaba la cara. La señora maestra le negó el permiso mientras algunas de las niñas se mofaban de la pobre Guillermina. 
Doña (…) me pidió que cambiara de sitio, que le dejase mi lugar a mi quejica compañera. A mí también me molestaba aquel sol infernal que a través de los cristales que hacían de lupa me estaba adormilando, haciendo que mis ojos se cerraran, pero no podía pedir permiso viendo como fue reprendida mi amiga, y aun más, si no quería servir de escarnio de las niñas guay. 
Saltó la voz de alarma cuando Guillermina grito mi nombre porque me estaba llamando y no le respondía. Cuando la maestra me vio con mi cuerpecillo sobre la mesa mientras sostenía ni cabeza a la vez que gemía se alarmó y pidió ayuda a las niñas mayores para ponerme en pie. Tuvieron que llamar Pazos uno de los taxista del pueblo para llevarme a casa. Desde aquel día durante mucho tiempo Luis el Rápido y Pazos fueron mi medio de transporte y gran ayuda para mis padres. 
Cuando llegué a casa mi madre en principio se alarmó, pero pronto se dio cuenta de que tenía la lengua cagada y alguna placa en la garganta; una vez más las anginas hacían estragos en mi, fiebre alta, dolor de cabeza y falta de fuerzas. Así que como de costumbre, una tortilla francesa, miel con limón y una aspirina, eso sí, cama y muy tapada y a sudar para que se vaya el mal dijo mi madre.
Estando es esas llegó el marido de su hermana, estaba agitado, pues mi tía se había puesto de parto. Mi abuela y mi otra tía no se encontraban en casa, así que mi madre acudía en ayuda de su hermana que vivía muy cerca de nuestra casa. Pese a que su cuñado no cesaba de decir que no se apurase ya que hasta las ocho no era la pleamar- y que como se sabe decía él- ella parirá cuando cambie la marea- pese a ello mi madre me arropó bien y me dijo, vengo ahora, voy a ver si tu tía me necesita. Con mi hermana en brazos ya que aun era muy pequeña se encaminó a ver como estaba su hermana dejando en casa de una vecina a mi hermana y pidiéndole el favor que de vez en cuando pasara a ver cómo me encontraba de mis males. También mi primo que era de mi edad pasaba a saber de mí para decírselo a mi madre, y como le decían que estaba dormidita se quedaba tranquila cuidando del parto de su hermana. 
Cuando mamá llegó y vio a mi tía se dio cuenta de que no iba a esperar a la marea, que estaba ya de parto y que no había tiempo para esperas, así que dispuso todo y ayudó a hermana a traer al mundo la primera de sus hijas.
Cuando llegó a casa ya no estaba sola, papá había llegado del puerto y me estaba poniendo paños de leche en la frente, pues tenían entendido que ayudaba a bajar la fiebre. Pero no hacía efecto, la fiebre había llegado a 40º y rebasaba unas décimas. En ese momento se dieron cuenta de que no respondía a sus llamadas, que me movían y mi cuerpo no racionaba, así fue como llamaron al médico y este me pronosticó meningitis. 
Rápidamente había que hacerse con penicilina, en la farmacia del pueblo no la había, tenían que pedirla a Oviedo- Por entonces era una nueva medicación y muy cara- 
Para no alargar la historia solo digo que gracias a Dios no han llegado a ponerme la inyección porque otro doctor experto en enfermedades tropicales determinó que mi mal era Congestión Cerebral; es decir, una insolación y a causa de la aspirina no adecuada en aquel momento un corte de digestión. Este mal me mantuvo en coma durante casi una semana, y según me contaron mis padres fría y rígida. Cada día bien fuese el Rápido o Pazos los taxistas del pueblo me llevaban a casa del aquel doctor apodado el Furmigo que vivía en el Pito. Cada día me cambiaba la purga que me ayudó a eliminar aquello que me había cortado la digestión, y también a eliminar los males que los rayos del sol habían hecho en mi cabeza y cuerpo. 
Durante unos meses las secuelas físicas me hicieron meya, apenas podía caminar porque la debilidad no me dejaba mantener en pie. Pero poco a poco con los cuidados y cariño de mis padres y la buena disposición del doctor salí adelante y con creces.

Durante este tiempo hubo personas muy humildes, pero de gran corazón que se dedicaron a hacer mucho bien a mi familia, dándoles cariño, rezando por ellos y por mí, sus buenas intenciones les llevaron a encender velas y hacer gestos de amor sincero aun que no fuesen algunos de ellos creyentes. Cuando me iba reponiendo me colmaban de delicias que apenas podía probar porque el doctor me controlaba todo cuanto comía. Aquellas personas las sigo llevando en mi corazón pese a los años transcurridos y que ya no están entre nosotros.

Sin querer en ocasiones algunos comentarios o situaciones me traen al recuerdo situaciones no tan agradables que os voy a contar sobre la historia de mi traje de comunión. Algunas las voy a dejar de lado ya que están escritas en mis memorias que espero que un día salgan a la luz, pero este retazo es parte de aquel día que cambió para siempre mi manera de enfocar la vida a pesar de ser tan niña.
No todo lo que narro lo escuche en su momento, solo parte de ello fui testigo, lo demás me lo han contado en casa y incluso se lo oí comentar a la modista a mi madre. 
Cada vez que podía la señora del consignatario intentaba hacer llegar a mi madre que mantenía su propuesta sobre comprar el género, pero la delicadeza de la costurera a sabiendas de mi situación no le permitía decirle a mamá los recaditos de tan ilustre dama. Como el tiempo pasaba y no recibía respuestas un día se presentó en nuestra casa y sin la menor elegancia le hizo saber a mi madre que ya estaba al tanto de mis males, de la situación económica que suponía que estaba pasando la familia ya que los médicos, la penicilina- que era una pena que no pudiesen devolverla porque ya la habían trasferido a la jeringa… es decir, se lo sabía todo, todo. Pero, ¿quién era la o las personas que la mantenían al tanto? tenía que ser alguien muy cercano porque sabía detalles muy particulares que mis padres no comentaban a nadie salvo algún buen amigo.

El poco tacto de aquella “señora” enojó a mi abuela y a la vez que la echó de casa con cajas destempladas le dijo que si lo que pretendía era hacer caridad que la hiciese de otra manera, no despojando a su nieta de su traje de primera comunión. 
-Tiene usted a la puerta de casa dos coches con chofer, ¿Por qué no le ofrece por dos oras escasas a mi nieta el viaje al doctor? Eso no le costará dinero alguno, le espetó mi abuela
La mujer se volvió y le respondió:- Pero no ve como está la niña. Es posible que quizás no le sirva más de mortaja- No hará falta a nadie como se habrá sentido mi familia-

Mi madre no le vendió la tela, pero si la tuvo que vender para poder pagar algunos gastos de mi cura. La puso en venta en un comercio del pueblo con la advertencia de que no se la llevase aquella caprichosa mujer, ya que solo desde el capricho y el egoísmo se puede llegar a comportar tan indignamente una persona. 
Con estrategia muy refinada una señora llegada de la capital -se supone que a propósito- compro el género que terminó en manos de la susodicha esposa del consignatario.

Durante el tiempo que pasaba hasta el día de mi primera comunión me fueron comentando mi madre y abuela como le teníamos que estar agradecidos al Niño Jesús por haberme salvado la vida y no dejarme secuelas. Que le teníamos que agradecer de alguna manera el milagro que había hecho en mi persona, así que mejor que ir con un hábito de Niño Jesús a recibirle en mi blanca alma.

Así fue, así me revistieron aquel día que no recuerdo tan feliz, a pesar de ser el centro del acontecimiento. Fui la primera niña que se recuerda que acudió a misa en coche, fui la primera niña que me vistieron de azul con una corona dorada y una cruz de madera sobre la que me apoyaba al caminar, fui la primera niña que me ayudaron a alcanzar el altar… fui la primera niña que no pudo acudir a la chocolatada que se preparaba en el casino porque no podía comer churros ni chocolate- Luego el doctor le dijo a mis padres que sí podía comerlo rebajado con solo un churro- claro que eso era lo de menos, lo que me hubiese gustado eres estar con mis compañeros. 
Desde muy niña aprendí a ser agradecida a pesar de todo.

L. L. C
Sobre este escrito ya tengo un relato publicado por lo tanto registrado, amen de que está en mi diario con toda señal de detalles que aquí he omitido para no herir sensibilidades, pues no es esa mi intención.
Hay que tener en cuanta de que entonces no había seguridad social salvo en raras excepciones.