El aliento como fuego,
incendió el aire reinante.
Y bocanadas de brasas,
como ardientes cañonazos.
Convirtieron el espacio,
en una hoguera constante.
Las flores se marchitaron.
Como pavesas flotantes.
Dejaron desnudo el tallo,
sin sus pétalos y estambres.
Hasta los rayos del Sol.
Se plegaron en su seno,
por el olor asfixiante.
Mundo, henchido de aromas.
Que perfumas al viandante.
Ahíto de voces nuevas.
Colmado de voluntades.
Prisionero de los ecos,
que en tu vientre se deshacen.
Primaveras diluidas,
en garras del caminante.
Mundo cuajado de vidas,
a cada cual más dispares.
Verbo sólido y enjuto.
Hecho de mimbres de alambre.
Como látigos certeros,
que van flagelando el aire.
Retorcidas las ideas,
que van creciendo a raudales.
Cuando el sueño es la vigilia,
que velando se deshace.
De pétrea roca maciza,
se fabrican los pesares.
Relucientes armaduras,
hechas de lata y de aire.
Corazas de pura noche,
tachonada de jirones.
Terciopelos sin textura,
que pinchan como rosales.
Voces de temores hechas,
con bordados de reproches.
Luces que van titilando,
efímeras y fugaces.
Templos de dioses caducos.
Tenebrosos soportales.
Tinieblas que se deslizan,
con sus sibilinos roces.
Catedrales de locuras,
que no quieren que se salve.
Festones en las cortinas,
de pesados cortinajes.
Rompe la luz la nostalgia.
Como si se abriera el broche.
Del cofre donde se ocultan,
las siniestras realidades.
En el fondo de la estancia,
se desnudan las verdades.
Grotescos los gestos son,
del que los sueños invade.
Lejos queda el horizonte.
Pero se acercan sin ruido,
las caricias del amante.
A. L.
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