Duele el minuto aquel
desperdiciado sin un beso,
cuando el cariño,
sostenía el encanto
de una ilusión tan niña.
Se despejaba el día
cuando de ti venía la luz,
sin sobresaltos,
y la vida era coro de tonos
bien timbrados.
Eramos entonces el destino,
gritando libertad
por los cuatro costados
de la ciudad,
que se rendía a nuestros pasos.
Tú siempre junto a mí,
yo siempre a tu costado,
envueltos en aquella juventud
que sin sonrojo nos unía.
Eduardo A. Bello Martínez
Copyright © 2014