Para que el amor no se me cabe
lo pondría en los hilos torrenciales
de un río que en su itinerante cauce
vaya por montañas, praderas y valles,
por pueblos, villas y todo paraje
donde la sed pueda saciarse.
Lo escondería en las flores
amuralladas de pétalos suaves,
y con sus pistilos y estambres
atraiga insectos y aquellas aves
de pico alargado y temblorosas alas
llamadas extrañamente colibríes.
En las nubes vaporosas que el viento
empuja vacías o cargadas de agua.
Ésas a cuya sombra el sediento
aunque no sacie su sed, queriendo,
mitigue felizmente todo aquello
que aún haya de fortalecer su alma.
Lo pondría en las sonrisas del mundo.
En donde no falten los sueños
y la imaginación de todos los pequeños.
Donde esté presto el deseo fecundo
del alma llena de fe
para mantenerse dichosa, con esperanza.
Para que el amor no se me acabe
lo pondría en los labios de mi boca,
y cada vez que por tu nombre te llame
mis palabras sean las que tu alma toquen
y la atraigan a mí para que no se acaben
ni el amor, ni la fe, ni la esperanza, tampoco
mis besos.
Lo escondería en el fulgor de tu mirada.
En el encanto de tus palabras
que nadie más escucha y sabe.
En tus cabellos de noche arrullada
cuando mis manos los colman de caricias.
¡Todo lo haría para que el amor no se me
acabe!