No puede decirse adiós
a aquello que conduce a tocar
las nubes con tus propias manos,
a aquello que te conduce a la gloria
que despiertan los sentidos
para hacernos cómplices
de nuestros propios sueños.
No puede decirse adiós
a aquello que resucita la vida,
a aquello que produce rosas
en los desiertos quemados
por falta de esperanza a lo vivido.
No puede decirse adiós
a los silencios olvidados
de dos almas que nunca se encontraron
por caminar en sendas desconocidas,
sendas con huellas de un amor eterno.
No puede decirse adiós
a las palabras que nunca se dijeron,
palabras que se escondieron en el miedo,
porque faltó tiempo para sacarlas del fondo
de un corazón embriagado de llanto.
No puede decirse adiós a la luz,
para caminar nuevamente a oscuras
por miedo a la locura de lo desconocido.
No puede decirse adiós
a la esperanza del sendero
que conduce a la duda del ocaso.
No, no puede decirse adiós a la luz, al amor.