Asamblea del Juicio Final
Llámese Ahmed, Levy, pemón o yanomami.
Trátese de Joe, Hans, Enrico o Ladislaw.
Sea Chou o Mohandas, Igor o Jean Pierre.
Hablo de hombres y también de mujeres
como Tatiana, Celestine, Frida, Indira.
Menciono a todas y todos
de los más lejanos confines de la Tierra:
favelas y palacios, cavernas y alcantarillas.
Llamo a las multitudes del Ganges; las sedientas
legiones sin porvenir
ni pasado ni presente ni futuro.
Convoco a la muchedumbre devorada lentamente
por el sida y las arenas sedientas del desierto.
Clamo por la llegada de los degradados hijos
del bocio endémico, indios macilentos de la hoja de coca.
Exijo la presencia de los minifundistas:
generaciones perdidas de parceleros de la papa y maíz
en las agotadas colinas de la sierra ecuatoriana.
Ordeno que vengan los niños huérfanos
de Afganistán, los abuelos sin nietos
de Afganistán, las madres sin hijos
de Afganistán, los mutilados de Angola.
Quiero que todos los pobres arriben aquí
para comenzar la asamblea, también
los que tienen casa y hacienda.
Cada cual por su nación usará de la palabra.
Después de esta reunión
otro mundo debe nacer.
Dirán: “¿Cómo lograr esa utopía?”
Habrá una respuesta y una resolución:
pan para todos
y sea el pan escuela, trabajo, alegría, inclusión, vida.
Esa es la paz que queremos ¡Que cesen las armas!
que nadie nos hable de otra vida mejor
después de muertos.
Caerán las murallas de los imperios.
Nuestro paraíso está en la tierra y nos pertenece.
“¿Cómo lograrlo?”- Dirán otra vez.
Uniendo las diversidades.
“Eso no es fácil” -replicarán.
Es cierto.
Llevamos cinco mil años de marcha.
El aprendizaje ha sido largo
y llegó la hora de aprobar la asignatura pendiente.
Rescatemos el pensamiento de los que se fueron.
Cada quien dirá lo suyo.
Nadie se quedará atrás. Tampoco
Platero, trotando con Juan Ramón a cuestas
El desfile será largo:
Allí los millones de judíos, rusos, polacos
y gitanos, emergiendo de las cámaras de gas.
Se levantarán los que murieron
en las Torres Gemelas y Atocha.
Será la resurrección de la esperanza: allá las víctimas
de las bombas del hambre.
Acá y acullá
Los pobres y los ricos.
Los degollados de Pol-Pot.
Los que aún están en los vientres de las madres.
Los sedientos de la tierra.
Será un verdadero juicio final.
El dedo acusador
de los humillados, violados, maltratados, asesinados
en el largo camino de la utopía por la redención
señalará hacia el banquillo:
allí el diablo apabullado por las evidencias
de sus delitos tendrá que tragarse
sus colmillos atómicos, auto desgarrarse
con sus uñas de garfio que aún chorrean
sangre vietnamita, vísceras del Líbano, gritos profundos
de muerte en Gaza.
Cobrarán vida para acusarlo las cabezas destrozadas
de niños iraquíes y afganos.
Ese día se levantarán
los mártires de Chicago, los cristianos devorados
por los leones en Roma, las víctimas del fuego
de la Santa Inquisición, los degollados por la espada
de los caballeros cruzados.
Un niño en nombre toda la inocencia
de la tierra denunciará el horror
de Lídice y Guernica, la barbarie
de Sabra y Chatila, los cercenados cadáveres
de Ruanda, los monstruos que aún nacen
en Hiroshima, Nagasaki y Bophal.
Alguien recordará los ojos inmensos de Lorca
el día en que Franco lo asesinó.
La barbarie fascista no pudo
detener los versos de Federico
ni extirpar la luz del poema inconcluso
de Miguel Hernández, de la tristeza vital
de Neruda, de todos los desplazados
de la vida, de los impedidos de escuchar
el canto de la aurora: las interminables muchedumbres
desbordando las murallas del principio de un tiempo
que la Historia por fin está pariendo.