Hijo mío,
te veo solitario
tras cortinas cerradas...
y me daña la oscuridad
de tus sueños olvidados.
¡Ah, hijo amado,
tu guitarra quedó quieta,
ya no vibran sus finas cuerdas
en las mañanas amables
de nuestra senda.
¡No te rindas!
que aún brillan reflejos de luz
que emanan obsequiosos
del Autor de la vida.
Yo te recuerdo afanoso,
hijo del alma mía...
siempre presto
a tenderme la mano
cuando yo andaba fatigada y vencida.
Quien honra a su madre
tiene del Dios Todopoderoso
su voluntad compasiva.
Nada temas, hijo amado
que aún se vislumbran
en tu vereda,
mejores años.
Ingrid Zetterberg
Dedicado a mi amado hijo Favio
Año 2,015
De mi Libro:
\"Por los bosques del silencio\"
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