argantonio

Tánger

Aquella ciudad había conocido

todos los cultos de todas las religiones,

sus habitantes estaban habituados

a los tres días santos que ni siquiera

los señalaban en sus calendarios,

había también algún europeo feliz

en aquella indefinición, el ver

enfrente la costa andaluza y sentirte

residente de ambas orillas, como los

pájaros que cruzan libres el estrecho,

era como tener un pasaporte válido

para todo el mundo sin fechas y sin sellos.

Así era Tánger un refugio para desventurados

y aventureros.

 

Un escenario blanco de jardines secretos

con toda su variedad de bodas y de duelos,

asomada al mar tras una transparente

bruma bajo el azul del cielo.