Había dejado de escribir,
una forma más de ignorarte,
ha pasado tanto tiempo,
mi cabello esta plateado, y,
aun no tengo una respuesta
a todo este silencio
en un exilio provocado,
no he dejado de recordarte
a pesar de todo,
las más grandes fantasías
de mi imaginario,
no pudieron desterrar
lo que pienso de ti,
un iceberg de fuego soy,
amalgama absurdo,
quizás tanto como el haber
desaparecido de tu presencia,
…deje hace mucho también
de componer melodías,
mi piano olvidado esta,
empolvadas tiene sus teclas,
su alma se ha ido,
no sé si podría invocarla,
puede estar más lejos
de lo que yo de la muerte,
pues ya he olvidado
como acariciarlo para que
responda con el amor
que mi alma le provocaba,
…tengo miles de cartas,
todas dirigidas a ti,
jamás te las envié,
en mi mente está gravado
todo cuanto allí exprese,
son ya los únicos secretos
que poseo,
retumban sus ecos sordos.
En mi despedida,
deje sobre un papiro,
palabras, versos lastimeros,
las ultimas inspiraciones
de un amor sangrante,
de mal heridos sentimientos,
nada volvió a ser entre los dos
al caerse la escultura
que jamás fue de piedra,
confianza le llamábamos,
el poder de tu alquimia,
en arcilla transformó
todo cuanto podías tocar,
magia tan vulgar,
que nunca trascendió;
en el confín de los tiempos
escribiendo estoy
para quien jamás leerá
lo que el lenguaje del alma
y de los pensamientos
no puede generar sonido,
palabras que jamás
saldrán de mis labios.
“Aquí en este lienzo áspero
como mi piel
carcomida por el tiempo,
las palabras tienen su final,
en mi ser continúan las ideas,
los sentimientos, que seguirán,
hasta más allá de la eternidad”.
Wellington