Con vista al mar.
Azul, desde el primer paso hasta el último que persigna mi espalda, hasta el horizonte y su línea divisora entre lo que sé y lo que sólo creo.
El sol, incorrompible y abrasador, cómplice periférico y predilecto del tiempo, hasta que él mismo lo apague algún día con su negro soplo; quema la espalda de las resignadas rocas que una y otra vez tratan de curar el agua verde de las olas.
Son todos ellos, los espectadores más quietos, son testigos de lo más antiguo, de la raíz que tanto hemos adelgazado y roído.
Rodeado del mar, espejo del cielo libre que sobre mi reposa, la falta de ti aún pesa y me regresa a la abundante y asquerosa realidad pero por un momento se calma mi ansiedad que nace como hielo, como un calambre frio en mi vientre.
Ahora estoy un poco mejor, porque el paisaje me refresca las pupilas y el corazón. Pero sé que detrás siempre te escondes, que allí permaneces enquistada presencia y que mañana regresaras.