No soporto la atracción ejercida
por la llama humeante
que viene a dejar en mí
su soleada piel oculta
persiguiéndome los huesos
con actitud centelleante y famélica.
La boca se mantiene en su tórrida
estrella de horizontes
mientras penetra la luz en la carne
encendiendo altivamente
las voces muertas en los jardines.
Todas gritan cuando la realidad celeste
acecha su oscura agonía
y yo desisto en enfrentarme
a la maravilla firme que precisan
sus ojos de eterna efigie.
Veo palabras mordiendo
la intimidad de los balcones
en labios que pretenden
ser espíritus vivaces
como la persistencia del aire
afirmando el fervor del día.
Escondida tras la ventana la sed,
aguardo la espina de mi sufrimiento
y de esta gloria enajenada.
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