Dormida y casi rozando las flores a mano alzada,
viaja la vestida en gracia de la eterna noche de enero,
buscando lamer la llama de la vergüenza guardada,
en vasos de lana y cantos de terciopelo en su pecho.
A veces baila desnuda enredada en dos carnavales,
cantando piedras y flores a toda boca intocable.
Fuegos, cenizas y olvido son la medida en su seno,
dientes dispares y aliento de fuego tenso y sincero.
Regala a los niños ciegos de miedo y llantos violentos,
castiga a los más audaces lazos que caen de su pelo,
los pisa con tardes frías de olvido seco y sutíl,
y lanza hechizos pintados con arrogancia a los vientos.
En cada tarde muere de ardores tristes hinchados,
envueltos en trigo y sal por si vienen a buscarla;
descalza viaja brillando de risa cruel e insensata,
clavel, deseo y garganta, trueno de piernas malsanas.