Aún pienso en el cielo encogido
como dos cristales ahondando
en el ansia taciturna
que tiritan imitando el color rojizo
cernido sobre las cosas
cuando la humedad se acentúa
repentinamente en la quietud amortajada.
El calor hospedado bajo las olas,
bajo los párpados,
cae rendido ante los juegos de luna
y los placeres que deambulan
por la fiera inmensidad de la noche.
Pero quizá no entiendas por qué
los sueños duermen
cuando en mí socava la quejumbrosa
sombra de la tarde
o por qué continúan su eternidad
de hiel y acero
si la estatua que cierra los ojos
se derrite en plena estación arenosa.
Dormitando tú en la nube que protejo
y saboreando yo la dulce lejanía
que te rodea
me acuerdo de la pena porque arde
como pasión o como herida
en la fluviosidad amarga e insistente
donde se anegan y se forjan
con la misma facilidad de una voz
la voracidad de las venas frágiles
y el silencio de la sangre derramada.
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