Christian Alondra

A la cabeza apunté

Un charco de color rojizo

sigue su cauce ondeante,

con un cuerpo tendido, aún humeante,

este suelo blanco y virgen tapizo.

 

Bastó el chasquido de un gatillo,

el estruendo seco y mortal,

el tintineo contra el piso de un casquillo,

y la sangre, goteando, esparciendo cual caudal.

 

Ahora pueden temer al hombre,

pues cualquiera se convierte en Dios,

arrebatando vida, como muerte sin nombre,

y lo que nos queda de humano, partiéndolo en dos.

 

Pero, ¿Qué enseñanza podría darles yo?

si he iniciado confesándoles mi crimen,

añorando que sus voces y la mía al fin rimen.

 Cuando mi cuerpo ni parecía mío,

y me preguntaba quién eres, quién soy.

 

 Armada a su cabeza apunté,

y sin arrepentimiento, y sin dudarlo, simplemente

el arma disparé.