Carlos Eduardo

S O L O, S O L O, S O L O

      

 

          La soledad es un martirio en que la locura arrastra tras de su frenesí; no aquel retiro del místico que se conecta con Dios o el del que medita para alcanzar la liberación o la iluminación, sino el que lleva al vacío existencial y al suicidio; se puede estar en medio de una muchedumbre, pero solo, en ese ‘mari hominum´ los demás hablan un idioma distinto, sin contacto, o preso en una celda aislado o una cárcel extranjera o extraviado en la montaña; ese desamparo que aturde y hace perder la noción del tiempo, martiriza al vagabundo degradado, invisible, desnutrido, cabizbajo, andrajoso, destruido moral, material, espiritualmente, …; el abandono de niños y ancianos miserables sobreviviendo en condiciones paupérrimas; el destierro de los perseguidos y fugitivos, el desierto por la falta de: afectos, ayuda, la mano de otro, ... Este naufragio en medio del océano ahoga toda esperanza, cualquier lucha es estéril, no hay escapatoria, es la muerte en medio de la nada, tristeza más profunda que el mar. Los que gozan de separaciones voluntarias descansando de la bulliciosa vida, están bajo condiciones privilegiadas y son la antítesis de la incomunicación torturante. Huérfanos recurren a las redes sociales adulando a sus semejantes en la búsqueda de una amistad verdadera, pero las fantasías los conducen a un despoblado mayor incrementando la amarga agonía.

En la piragua avanzo
por la misteriosa selva,
olvido,
alucino afiebrado en este laberinto infernal,
el légamo de las orillas se pega a mis remos,
observo sirenas cantando en coro melodías guturales
con las gargantas rotas,
no encuentro ninguna salida,
el túnel verde de la flora me envuelve atrapándome,
mi alma se desprende.