En el albor de mi vida sencilla,
amé al tocón que con dolor murió,
lloré por la gaviota que sufrió
la pérdida febril de su avecilla.
En el albor de mi vida tranquila,
amé al sopor de dulces melodías,
lloré por las mieles de añejos días
y por las ansias que al ser aniquila.
En el albor de mi vida esquiva,
amé al señor que me dio el simiente,
lloré todo el dolor que se siente
por esa noche que está perdida.
En el albor de mi vida altiva,
amé la soberbia con honor,
lloré por aceptar ese error
y mi esperanza quedó cautiva.
En el albor de mi vida mezquina,
agrié muchos poemas con dolor,
sin importarme aquel sereno amor
que iluminó mi camino y mi vida.
En el albor de mi vida que es trina,
amé pero el tiempo dicta la edad,
lloré por mí ser que ama por piedad
y por el espíritu que conmina.
Y al final de mi vida que termina,
amé mi entorno como amé a mi hermano,
lloré por el sino que es tan ufano
del destino real que nos domina.
Andrés Romo
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