[Narraciones de Claustro Universitario y Extramuros Académicos]
Por Alberto JIMÉNEZ URE
Es cierto: durante mi trayectoria de escritor adscrito a nuestra Universidad de Los Andes, experimenté situaciones que me exasperaron. En varias ocasiones, pude renunciar y salir de Mérida e igual del país. Una vez, Don Ramón J. Velásquez me escribió invitándome visitarlo a su despacho [extinto Senado de la República] Mis escritos anticomunistas gustaban a notables como José Ramón Medina, Juan Liscano, Sofía Ímber, Carlos Rangel y él […] Me sentía incomprendido e inaceptado en el Ámbito Regional y Nacional de la Literatura Venezolana. Casi todos los escritores o poetas decían «estar comprometidos» con una Revolución que no padecían. Al cabo de muchos años, la Bestia del Totalitarismo nos acecharía sin excepciones.
Fustigué muy duro, tanto que mi tío y articulista Juan Ure [residenciado en Carora] intentó bajar la intensidad de mis fuetazos contra gobernantes de la llamada IV República en Venezuela.
-Podrían matarte –me decía-. Suaviza tus críticas.
No me «amaban» quienes tenían más o menos mi edad, porque afirmaban identificarse con el Monstruoismo. Tampoco los mayores, excepto aquellos de los cuales se afirmaba eran notables. Eso comenté, precisamente, a Ramón J. Velásquez cuando acudí al Senado:
-Soy un «abominado» –le murmuré mientras sentaba mi Ser Físico en una modesta silla, frente a su nada lujoso escritorio-. Parezco joven, pero estoy psíquicamente envejecido. Existo desentendido e iconoclasta. Los seniles no admitimos inteligibles las urgencias o decisiones de gobierno [¿Asuntos de Estado?] Sin embargo, no me siento misántropo.
-Ja, ja, je –riéndose, inició su primer diálogo personal conmigo-. No creo que seas un anciano. Cuando tuve tus pocos años también me inquietaba, anhelaba un país civilizado y poderoso […]
-Ud. deseaba una transformación profunda del sistema político que nos rige.
-También tú, ¿ves que no estás senil? Venezuela es una tierra fértil, donde a pocos gusta arar. Pero, muchos sí quieren saquear. Nos han impuesto la «Contracultura del Conspirador Perpetuo para Delinquir». Es más fácil robar que producir, ser ignorante que leer. No existen brutos, sino perezosos. Nuestras mujeres y hombres con mentalidad salvaje, cómplice y sumisa, sospechan que quienes somos pensadores o intelectuales podríamos fijarles límites. Una nación sin leyes es un hombre ebrio que atraca antojado y con machete en cada mano. Esa vaina es lamentable, Jiménez Ure, muy triste. Soy senador, pero, suelo meditar sobre la viabilidad de impulsar cambios positivos a una sociedad arreada por degenerados.
-Tal vez cuando sea Presidente, Doctor Velásquez, altere el curso de la Historia Venezolana-. Cuando los bárbaros se harten de exterminar al país le preguntarán si se atreve aceptar la responsabilidad salvarlo […]
-Los políticos venezolanos tienen un asesino atravesado en el recto. Defecan balas. No permitirán que lo intente, Albert: ello a pesar que muchos me expresan sus respetos.
Fue un primer encuentro de apenas una hora. El senador tenía que asistir a una reunión en el diario El Nacional del cual era director. Y yo tenía cita con el escritor Carlos Rangel, autor del Buen Salvaje al Buen Revolucionario, en el Museo de Arte Contemporáneo «Sofía Ímber». El honorable Velásquez me mostró una carta que le había enviado a la Presidenta del Consejo Nacional de la Cultura.
-Le sugerí que te contrate, Jiménez Ure –me anunció-. Tienes que residenciarte en Caracas.
Con Rangel tuve una plática similar. Regresé al Hotel Broadway, de Sabana Grande, donde pernocté tres días antes de viajar a Mérida.
Mucho tiempo después, una mañana, cuando estaba en mi cubículo de la Oficina de Prensa de la Universidad de Los Andes, tocó mi puerta el chofer el Vicerrector Académico Carlos Guillermo Cárdenas. Me informaba que el Presidente pidió verme.
-¿Cuál Presidente? –indagué-. En la ULA hay varios: de Centros Estudiantiles, Asociación de Profesores, Sindicato de Obreros y Empleados Administrativos […]
-Apúrate: es Ramón J. Velásquez, Presidente de la República. Está aquí, en el Edificio Central del Rectorado. Quiere que le firmes uno de tus libros.
En pocos segundos estuve a su lado.
-Sigo los textos que publicas –infirió abrazándome-. No somos seniles […]
-Quizá no –respondí-. Pero nuestro pensamiento es inmutable y vetusto.
-Ja, ja, je […] Sólo desafiante: no envejece.